Son las 6:20 am y como cualquier mañana me levanto y voy a ver a Bebesaurio que esta durmiendo en su cuna junto a nuestra cama. Por lo general él despierta primero y solo me levanto cuando comienza a hacer esos ruiditos tan graciosos al «comerse» sus manitos pues le pican las encías. Pero esta vez es diferente, pues ya tengo una «mamadera» de hierro de tanta leche y sé que si espero más comenzará a doler.
Lo miro… irradia una paz, una soltura de cuerpo increíble, se nota que descansa dejandole todas las preocupaciones y posibles amenazas del mundo a sus protectores. Entonces, sirviéndome de esa capa de heroína que me ha regalado el ego, me propongo cambiarle paños sin despertarlo:
- Le saco su pijama – no se dio cuenta
- le quito las balerinas – ni se inmutó
- le desabrocho el body y lo levanto para dejarlo a la altura de la cintura – ¡perfecto!
Ahora con el pañal a mi vista, busco silenciosamente la cajita con todo lo necesario para la operación. Le saco las bandas adhesivas de cada lado y veo con alegría que es solo pipí (orina) y no hay «confeti» a la vista (entiéndase «caca»). Como varón, mi pequeño muchas veces nos bautizó con sus líquidos corporales, por eso siempre le coloco un pedacito de papel absorbente sobre su pene, pues así, si pasa algo no hay mayor problema. Hecho esto, le saco el paño y le pongo el limpio, pero… ¿y la pomada para coceduras? Ah, allí está -pienso mientras me agacho a buscarla- cuando veo el papelito que estaba mojado. Rápidamente tomo otro pedacito y fortalezco mi invento pero al tocarle la espalda a bebé me di cuenta que no lo he dejado bien puesto y se ha mojado la camiseta y el body en la espalda. Me lamento la mala suerte, pues ahora es mucho mas difícil no despertarlo pues debo cambiarle ropa… y en ese momento cometo el error fatal: le saco el papel de su entrepierna y justo mi esposo se mueve roncando fuertemente y yo, en mi afán de no despertar al niño, le toco el hombro para que se de vuelta -cosa que hace casi inconsciente- y al volver el cuerpo hacia mi hijo, veo como un majestuoso y gran chorro de liquido vuela sobre él de forma vertical directo a su cabeza, cara y pecho. No sé como saqué otro pedazo de papel absorbente y lo puse en su cara empapando el desastre principalmente de sus ojos y su boca (que gracias a mi Dios estaban cerrados). Acto seguido, abre sus ojos y me mira desconcertado -lo que no es menor dado que se despertó con un «jarro de agua fría/tibia» en su cara- y después de un par de parpadeos molestos, me sonríe ampliamente como si fuera de lo mas gracioso… Al final él estaba encantado mientras le cambiaba TODA la ropa (ni los calcetines se salvaron), le lavaba la cabeza, cara, cuello y cambiaba sabanas, pues maratónicamente pasó mas allá de su cabeza y mojó el colchón.
Luego de todo ese barullo, me senté en mi cama con el pequeño en brazos y le di pecho. Diez minutos después de rápida succión -tenia mucha hambre- y ya no pescar mis intentos de darle mas, abre sus ojitos me sonríe quedándose profundamente dormido.
Y aquí estoy, a las 8 am tomándome una lechecita, mientras les cuento las peripecias de una madre primeriza que disfruta sus momentos de caos matinales.
Jajaja, me hiciste reír un montón. Que bueno que tu nene no te despierte a los gritos puros (como hacen mis sobrinos cada vez que se despiertan jaja) sino que se levanta con una sonrisa, precioso! Espero que andes muy bien, te mando un abrazo grande!